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viernes, 8 de agosto de 2008

Soñar – Doce


Jimena se despertó agitada. El corazón le bombeaba como nunca y parecía que iba a escapársele del pecho. Se paso la mano por la cara para apartarse el pelo y se dio cuenta de que estaba empapada en sudor. Había vuelto a tener ese sueño. Había vuelto a soñar con él. Sus manos, sus caricias, sus besos. Siempre el mismo sueño que se repetía una y otra vez.

Se levantó despacio pues todavía se encontraba algo nerviosa. Hacía calor en la habitación y decidió conectar el aire acondicionado. Fue a la cocina y bebió un trago de agua fría que la hizo sentir un escalofrío. ¿Por qué seguía soñando esas cosas? Se convenció de que definitivamente al día siguiente buscaría a alguien que analizase los sueños, algún psicólogo o algo similar que le explicara porque seguía teniendo esos sueños tan reales. Podía sentir su pelo, sus manos, cada parte del cuerpo de Jaime, su nuevo vecino.

Él llevaba poco viviendo en el bloque. Apenas se conocían pero el cartero estaba echando sus cartas en el buzón de Jimena y ella se las devolvía amablemente. Solo sabía de él su nombre ya que venía escrito en el sobre. Pero tenia una mirada profunda que lo hacía muy atractivo.

Volvió a su habitación pero antes pasó por la de los niños. Los gemelos dormían plácidamente y su hija pequeña continuaba abrazada a su osito tal como la dejaron al acortarse.

Se metió en su cama con cuidado de no despertar a Mario. Jimena cerró los ojos para volver a dormir y sin querer recreó una escena del sueño que acababa de despertarla. Volvió a abrir los ojos y supo por qué tenía esos sueños y lo que la querían indicar. No necesitaba seguir soñando. No necesitaba más sueños. Tenía todo lo que quería. Solo tenía que tomarlo y disfrutar.

Despacio se acercó a él. Adaptó su cuerpo al suyo y suavemente fue acariciando su cintura. Mario se revolvió un poco y ella rió. Comenzó a besarle el lóbulo de la oreja y definitivamente Mario despertó. La miró a los ojos extrañado por la hora y por las intenciones de su mujer, pero rápidamente comprendió y los dos se abrazaron sintiéndose el uno al otro. Hicieron el amor como nunca antes lo habían hecho. Con una pasión que nunca antes había aparecido, oculta por la rutina. Jadearon tan alto que por un momento pensaron que habían despertado a los niños pero continuaron porque ya no podían parar.

Cayeron exhaustos en la cama y sin moverse se quedaron dormidos abrazados el uno al otro.

Cuando sonó el despertador, Jimena sintió un enorme cansancio. Tenía mucho sueño y quería seguir durmiendo pero había que ir a trabajar y los niños ya estaban empezando a desperezarse. La vida en su casa comenzaba con el nuevo día.

Se sentó en el borde de la cama e intentó recordar. Una sonrisa se dibujó en su cara cuando se dio cuenta que después de despertarse a media noche no había vuelto a soñar más. ¿Habría sido aquel su último sueño?

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